viernes, 4 de septiembre de 2009

Santa Marta: ¿Cómo se alcanza una utopía?

Hoy me gustaría hablarles sobre un lugar que visité recientemente. Un paraje donde la gente lleva décadas trabajando unida y en una sola dirección: Santa Marta.

Santa Marta es una comunidad situada en el municipio de Victoria, en el departamento de Cabañas, al norte de El Salvador. Para entender la situación actual de los vecinos de Santa Marta, es imprescindible hacer un repaso a sus últimos treinta años de su historia:
A mediados de los setentas llegan a la comunidad los primeros sacerdotes de la llamada Teología de la Liberación. Esta vertiente religiosa hace una interpretación de la fe cristiana a partir de la experiencia de los pobres y plantea una crítica al modelo social Latinoamericano y a sus instituciones. Como fruto del trabajo de los sacerdotes, se creó en Santa Marta una “asociación de base” que aglutinaba a los vecinos y los instaba a movilizarse para mejorar su situación. Esta primera asociación comunal impulsó tímidas mejoras en educación y en sanidad.
Por otro lado, la dictadura militar (desde 1931) había intensificado la represión. Se crearon los primeros grupos paramilitares (los Escuadrones de la Muerte) para luchar contra los movimientos socialistas y hubo en todo el país centenares de asesinatos de líderes comunales, sacerdotes, sindicalistas, etc. En 1980, después de una oleada de represiones que culminó con el asesinato del Arzobispo de San Salvador, Monseñor Romero, estalló la guerra civil.

En el norte del país se habían formado varios grupos de guerrilla popular. Cabañas fue uno de los departamentos escogidos para lanzar la primera acción contra la guerrilla. Siete mil soldados fueron enviados por el ejército. Ante esta escalada de violencia, las familias de Santa Marta se vieron obligadas a huir del país, cruzando la frontera con Honduras. Por el camino, muchas familias fueron víctimas de masacres por parte de los paramilitares y del ejército hondureño, afín al régimen salvadoreño.
La mayoría de familias de Santa Marta fueron acogidas en el campo de refugiados de Mesa Grande, bajo la custodia de las Naciones Unidas. Sin embargo, muchos hombres y mujeres abandonaron Mesa Grande para volver a El Salvador y unirse a la guerrilla. A pesar de la coyuntura social adversa, el proceso asociativo que se había iniciado en Santa Marta se trasladó al campo de refugiados donde continuó su labor en pos del desarrollo de la comunidad.

Tras siete años de guerra, la situación empezaba a decantarse a favor de los militares.:
Los EE.UU mandaron fuertes contingentes de ayuda en forma de armamento, formación y tropas al gobierno. En el otro bando, la URRS mandaba armas a la guerrilla, que sobrevivía escondida en los bosques, pero con la huída de la población rural había perdido gran parte de su base social. Fue entonces, en pleno conflicto, cuando las familias de Santa Marta decidieron volver a casa. El 10 de noviembre de 1987, dos mil vecinos llegaron al descampado donde hoy se ubica el campo de fútbol. Su primera acción fue lidiar con los paramilitares (agricultores que se habían beneficiado de la reforma agraria…) para lograr la paz entre vecinos. Paralelamente, se reanudó la ayuda a la guerrilla con alimentos, medicinas y cobijo.

Tras algunos años de penurias, la situación en la zona se estabilizó y permitió la reconstrucción de la comunidad. Aprovechando el vacío legal de los últimos años del conflicto, los habitantes de Santa Marta decidieron comunizar sus tierras y ponerlas todas a nombre de la asociación comunal. Al mismo tiempo se construyó una escuela, un hospital y se creó una asociación para el desarrollo social, ADES. Poco se pudo hacer en aquel entonces, pues a pesar del trabajo unido de todos los vecinos, los recursos eran muy escasos. Sin embargo, este marco asociativo fue clave para el desarrollo de Santa Marta a partir de 1992. Cuando finalizó la guerra, se dio entrada a una gran cantidad de organizaciones de ayuda internacional. Estas ONG’s encontraron en Santa Marta el marco social ideal para llevar a cabo sus proyectos. Fue gracias a la ayuda internacional que se logró, en un tiempo récord, que la comunidad gozara de sistema domiciliar de agua, electricidad, escuelas desde parvulario hasta bachillerato, instalaciones deportivos, centro de salud… en fin, una cantidad de equipamientos impensable para ninguna comunidad rural del país.
En cuanto a la gestión de los recursos, todo se puso en manos de la asociación comunal, formada por todos los vecinos y con una junta escogida democráticamente. A más a más, fue la comunidad quien planificó el plan de estudios de las escuelas con el fin de que las nuevas generaciones heredaran el espíritu que había impulsado el desarrollo de la comunidad. También se impulsó un programa para becar a los jóvenes que quisieran ir a la universidad con fondos de la comunidad y ayuda internacional.

Actualmente, esta política de apuesta por la educación ha dado sus frutos. La comunidad cuenta con más de 40 docentes titulados, médicos y doctores de diferentes especialidades, informáticos… toda una hornada de jóvenes que, al finalizar sus estudios, vuelven a Santa Marta para contribuir al desarrollo social. La distribución de las parcelas sigue estando gestionada por la junta comunal así como la planificación territorial, evitando la especulación que tanto daño ha causado en otros lugares.

En Santa Marta cada campesino trabaja tanta tierra como puede y siembra lo que quiere, no se ponen límites al desarrollo personal pero cada individuo trabaja, por encima de todo, para el bien de su sociedad:

Tal es su utópica naturaleza.


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